“Los Hamptons” es sinónimo de lujo. Simplemente mencionar el nombre evoca imágenes de fiestas junto a la piscina, majestuosas mansiones frente al mar y días interminables en la playa socializando con la alta sociedad. Pero antes de que esta famosa península se convirtiera en el refugio veraniego de la jet set, sus cuarenta millas de dunas de arena ofrecían el paisaje perfecto para los colonos ingleses. Una vez que la alta sociedad neoyorquina se enteró de los encantadores pueblos y del aire salino, sus miembros—desde los Ford hasta los Vanderbilt—pronto transformaron Los Hamptons en un oasis veraniego. Luego vinieron los creativos en busca de soledad, un lugar para escribir y dibujar, lejos del caos urbano. John Steinbeck en Sag Harbor. Jackson Pollock en The Springs. Y Andy Warhol en Montauk. Ahora, Jay-Z y Beyoncé, Calvin Klein, Madonna, Alec Baldwin y Martha Stewart disfrutan de casas en Los Hamptons. Pueden provenir de diferentes ámbitos, pero ¿qué es lo que todos los habitantes de Los Hamptons, honorarios o oficiales, pueden coincidir? El lugar posee un atractivo único—uno que se adapta a los deseos de su próximo huésped estacional o residente de toda la vida.
Hamptons Private invita a los lectores a asomarse tras los setos cuidadosamente recortados en Amagansett, charterizar un yate frente a la costa de The Springs, experimentar el paraíso de los surfistas en Ditch Plains y asistir a un partido de polo en Bridgehampton. Cada página imagina el ocio quintessential de Los Hamptons y muestra la calidad única de la luz que el artista Willem de Kooning denominó un “milagro”. Uno casi puede escuchar el golpe de las pelotas de tenis en The Meadow Club, los susurros de fiestas exclusivas, los ritmos de la música junto al mar en The Surf Lodge—e incluso el primer bocado de un rollo de langosta en Lunch. Los Hamptons, a la vez un retiro en la naturaleza y un punto de encuentro para las estrellas, irradia un espíritu boho-chic reflejado en su gente hermosa y en sus sublimes alrededores.
